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Hemos corregido y ordenado para esta publicación algunos artículos de prensa que llevamos en 1969, 1970 y 1971 a los diarios de San Cristóbal “El Centinela”, “Vanguardia” y “La Nación”.
Con ella aspiramos a divulgar ideas y actitudes con que el mundo civilizado responde al mayor reto que confronta que es vertebrar en sus dirigentes la sabiduría y la sensibilidad creadora con el sentido de eficacia.
En efecto cada día más los seres humanos entienden que la eficacia es meta permanente en los procesos vitales superiores para asegurar la continuidad de su existencia, y que constituye una aberración seguir despilfarrando los recursos utilizados por aquéllos.
Lamentablemente la democracia como funciona en Venezuela, arrebiatada al carro de las oligarquías a través de los partidos que les cuidan sus intereses, profesa la actitud inversa: ha creado y se confunde con una administración pública burocratizada, parasitaria hasta extremos en cualquier otro país inconcebibles y que amenguan las posibilidades de la dirigencia —incluso la capacidad y el patriotismo de algunos de sus personeros— para aumentar y distribuir con más justicia el ingreso nacional, como para poner al servicio total de Venezuela sus riquezas e impedir su malversación y agotamiento.
Los partidos se limitan a repartirse las ventajas del poder con los oligopolios que multiplican sus ganancias.
Ahora bien, en estas condiciones ¿Podemos esperar el futuro sin temores?
¿Podremos administrar airosamente la industria petrolera con la mentalidad empleada en la gestión de la petroquímica que ha perdido 1.200 millones de bolívares o de la reforma agraria que ha malgastado 10.000?
¿O con cual otra en su lugar?
Sinembargo habremos de hacerle frente a aquella enorme empresa.
Otra pregunta:
¿Cómo es posible que la tasa de crecimiento del producto nacional se encuentre por debajo del promedio latinoamericano y de sus países con excepción de tres?
Pues bien, creemos que a corto plazo erradicaríamos la mentalidad de despilfarro si transformáramos la educación en los escalones superiores para poder cambiar aquella al reconstituir los cuadros dirigentes.
Pero también se impone tratar de conmover y reformar a los responsables directos del despilfarro, los partidos, que no quieren entender porque no les conviene, que para el País las elecciones son medios y no fines, y que los intereses de sus activistas y sus socios no tienen derecho a sustituir los del pueblo venezolano a quien suponemos que debe servir la democracia.
Por otra parte profesamos que no se puede ni se debe vivir sin libertad, que ésta no es negociable para los seres y los grupos humanos.
Pero la intuición popular ha descubierto que la peor amenaza contra la libertad son los lavados de cerebros y las farsas.
En la era electrónica naciente hay cada día menor posibilidad de coartar directamente la libertad humana porque la escuda el poder de la información, que se torna más y más universal y global y termina siendo incontrolable.
En cambio las falsificaciones de la información, los lavados de cerebros consiguientes, y la inaccesibilidad práctica de los grupos mayoritarios a los medios de expresión del pensamiento, consagran la tiranía del dinero que monopoliza esos medios y patrocina las farsas.
Pues bien, a la educación corresponde desarrollar en los ciudadanos la capacidad de exigir, recibir, jerarquizar y digerir la información como a la Univesidad convertirse en su mejor laboratorio, es decir, en sede de estudio, investigación, creatividad, organización y crítica.
Sobre todo concierne a la Universidad crear y fomentar la dinámica coordinación de esas tareas para que estén signadas de eficacia.
La misión de la Universidad no es formar siervos ni fanáticos opositores de ningún orden establecido, y menos quienes con el pretexto de conservarlo o de destruirlo al vulnerar la Universidad actúan como cómplices de intereses antinacionales y sus sirvientes criollos. El primer deber de la Universidad es producir dirigentes integralmente informados y resueltos a llevar a cabo las transformaciones o las revoluciones necesarias.
El gran error de la enseñanza universitaria procede de una visión en túnel: la especialización llevada a extremos deplorables. El resultado son los especialistas y los técnicos destinados a servir corno artefactos dentro de los mecanismos de la empresa pública o privada, es decir, como sirve una tuerca en una máquina.
Para ciertos grupos oligárquicos y para los politiqueros lo ideal es eso: que se formen en las universidades obedientes y sumisos subalternos incapaces de deliberar.
Pero a Venezuela le interesa lo contrario: contar con gente que sepa decidir.
En la actualidad existen técnicas que pueden contribuir a alcanzar tal objetivo. Lo que hace falta es que a nivel de dirigencia se tome conciencia del problema.
Por otra parte, Venezuela debe adaptar sus instituciones a las circunstancias de la era electrónica, la educación en primer término; y esto implica un cambio radical en los métodos de enseñanza que siguen siendo preferiblemente rígidos, rutinarios, cerrados, inoperantes, obsoletos.
Los politiqueros no desean la reforma universitaria auténtica porque comprenden que una Universidad actualizada abrirá los ojos a los dirigentes de los pueblos subyugados, aunque lo sean en nombre de la libertad y de la democracia.
Los partidos teóricamente responden a prejuicios de la era mecánica que agoniza como son la ideología y el punto de vista, que prevalecerán cada vez menos dentro de la plenitud y la globalidad de informaciones de la era electrónica naciente. La palabra partido viene de parte y su connotación genuina es estrechez mental e ineficiencia.
En la mayoría de los partidos no funciona la democracia interna y predominan los politiqueros ignorantes y excluyentes, que agudizan la mezquindad de la visión partidista y su infecundidad de iniciativas.
Los resultados obtenidos por sistemas de gobierno diametralmente opuestos demuestran que la redención económica de las grandes masas como la promoción de un ambiente de dignidad para los gobernados, no son hijos de ninguna ideología sino de la amplitud de información, el vigor intelectual, la sensibilidad creadora, el pragmatismo y el coraje de los conductores.
Estas son precisamente condiciones del sentido de eficacia sin el cual no se puede hablar de verdadera dirigencia.
Hace ciento cincuenta años afirmaba el gran visionario americano: “Los códigos, los sistemas, los estatutos por sabios que sean son obras muertas que poco influyen sobre las sociedades; hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados, constituyen las Repúblicas”. Los fundadores de la nacionalidad venezolana fueron hombres de esa clase.
Para no dilapidar más recursos en Venezuela hay que formar hombres semejantes.
Se impone sustituir la democracia del despilfarro por una democracia eficaz y la Universidad tiene como primordial obligación contribuir a lograrlo.





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La paralización de la Universidad Central, nuestro primer centro de estudios, debiera convocar a la turbación de la conciencia del país.

Es cierto que el funcionamiento anterior de aquella institución equivalía a paralizarla pues la politiquería y el bochinche habían sentado allí sus reales.

La Universidad fue el chivo expiatorio de esos movimientos mesiánicos que en América Latina desempeñan todavía el papel de ingenuos cómplices del colonialismo porque, “en contradicción con lo que ya la ciencia sabe”, van atados a la cola de prejuicios llamados ideologías, engrillados a la era mecánica que agoniza, víctimas de edificaciones conceptuales que en el mundo desarrollado fueron derribadas por las informaciones merced a la invasión inexorable de la electricidad.

Pero no solo aquellos movimientos fueron los culpables del desastre universitario en Venezuela sino también los otros, los conservadores, con cuya connivencia nació y creció el aturdimiento en los institutos de enseñanza.

Pues bien, lo que ahora importa es que el totalitarismo que imponía a palo sus dogmas en los claustros, no sea sustituido por el control de ningún grupo, ni grupos, ni partidos con remiendos que encubran las fallas del sistema, sino que las autoridades a quienes se ha confiado el proceso de reforma, lo cumplan sin contemplaciones cambiando las estructuras, las funciones y los métodos.

En efecto, es necesario que la Universidad convertida en centro de investigación y creación cobre el puesto que le corresponde en la superación de la rectoría del País; que asuma la promoción idónea de la liberación y la dignidad humanas y del desarrollo independiente puesto a su servicio [i]; que contrariando el anodino papel que le asignó el maniqueísmo ventiochesco proceda racional, científica y dinámicamente como impulsor de las iniciativas mas audaces y de la acción mas eficaz; que repudie la rigidez y el especialismo de la era mecánica y acoja en su lugar las condiciones de amplitud, realimentación, diversidad, rapidez y pragmatismo que caracterizan a los circuitos integrados de la actividad electrónica.

¿Por qué insistir en una Universidad que s limite a producir especialistas para mercados de labores fragmentarias cuando la nueva era clama por dirigentes con visión global, capaces de hallar alternativas para la solución de los problemas, de tomar decisiones integrales, de realizar las complejas e intrépidas tareas que implica el desarrollo?

¿Por qué pretender que el estudiante se limite a copiar en su cerebro informaciones que muchas veces han perdido vigencia?

¿Cómo es posible que el bachiller que deja los estudios encuentre, en igualdad de condiciones, mas posibilidades de adiestrase para las luchas de la vida y en consecuencia para labrarse un porvenir colmado y útil, que quién continúa aislado en las aulas universitarias durante varios años?

La verdad es que en la actividad educativa ocupan el extremo opuesto los índices que anuncian la presencia de la revolución.

En lo educacional lo revolucionario sería pensar en términos de de universalidad y de futuro cuando la politiquería descarta tales pautas y las sustituye por la pequeñez y la precariedad.

Lo revolucionario sería incitar a la creatividad en lugar de degradar las almas de los jóvenes sometiéndolas a preceptivas dogmáticas, rígidas, parciales, masificadoras, centralistas.

Lo revolucionario sería propugnar la Universidad abierta adonde puedan concurrir adultos no provistos de certificados de estudios anteriores, capaz de entender que la educación superior no puede seguir siendo un privilegio sino que es parte de la misión elemental de formación permanente que para todos los hombres comienza con la vida y termina con la muerte.

¿Por qué no averiguar lo que pasó en la Universidad francesa después de los disturbios estudiantiles que voceaban la consigna de “la imaginación al poder”?

¿Por qué no observar la Universidad abierta de Londres que adiestra a mas de treinta mil alumnos sin necesidad de aulas propias, que utiliza los medios y recursos que suponen la presencia instantánea del ser humano en cualquier sitio de la tierra y la información irrestricta a través de los canales eléctricos de comunicación[ii]

Es necesario rechazar la tentación de adoptar para la Universidad la plataforma que quieren los politiqueros, castrada de imaginación, entregada a resolver mezquinos problemas de orden público y mantenedora de los vicios que le impidieron convertirse en eje de investigación y de centralización e iniciativas.

Es necesario llevar a cabo allí profundas reformas que entierren la mentalidad colonizada oculta entre falsas rebeldías, circo romano de partidos y politiqueros, escándalo de electorerismo y burocracia, barrera para la liberación económica total, para la independencia cultural, para el desarrollo integral de este país.

Aceptar en la Universidad las demandas de los grupos políticos, es decir, los consejos de oligarquías que quieren impedir la formación de dirigentes responsables de las comunidades, sería tan absurdo como complacer a la estólida clientela que aspira a que Venezuela regrese a los famosos planes de emergencia con que apacientan sus nostalgias los mentecatos sin fronteras.

Por lo demás, los pueblos están hastiados de eso. Admiran las ideas pragmáticas esgrimidas desde arriba para orientar el pensamiento latino-americano contra la sumisión, para acrisolar y defender la cultura propia, para modificar los términos injustos de intercambio, la creciente desigualdad que ha venido afectando los precios de nuestras materias primas frente a los productos importados; para contener el consumo en beneficio de las inversiones, para lanzar la industria a conquistar mercados extranjeros en lugar de engordarla dentro de un mercado cautivo con los sacrificios del pueblo consumidor.

La política petrolera es una gran fuente de enseñanza. La opinión respalda el nacionalismo positivo sin confundirlo con el odio o con la envidia contra el extranjero poderoso, ni con la mezquindad ni el egoísmo contra el débil; el nacionalismo que no promueve entreguismos sino reivindica miles de millones, que no provoca artificiales recesiones para respaldar maniobras extrañas contra la soberanía nacional, que no abandona las regiones de frontera sino las fortalece, y clarifica los problemas limítrofes, y sostiene sabia y eficientemente los derechos venezolanos sin mengua de la fraternidad de estas naciones que es obra y legado del Libertador.

Rechacemos la Universidad especialista de la era mecánica, la universidad politiquera que engendró el maniqueísmo veintiochesco, es decir, la del bochinche que en el fondo prefieren los explotadores; pero rechacemos también cualquier intento de restaurar la Universidad pasiva, aldeana, la universidad museo, la cárcel medioeval.

Erijamos la Universidad abierta, dinámica, eficiente; la que corresponde a la era eléctrica, proyectada hacia el futuro en atrevida búsqueda de la verdad para proclamarla sin dogmas, sin soberbia, vinculando a los venezolanos como en los mas bizarros tiempos de su historia al destino generoso y libre de la humanidad.



[i] Sobra decir que no creemos en ese desarrollo independiente que deja un amo para ser siervo de otro, ni en la trágica independencia del mendigo.

[ii] Según el informe de la Comisión Internacional sobre Desarrollo de la Educación bajo los auspicios de la UNESCO, “las transformaciones en la década 70-80 permitirán salir de la educación dispensada únicamente en los establecimientos escolares a otros sistemas mas abiertos”.

Prevé igualmente la transformación de las Universidades en instituciones de vocación múltiple, abiertas a los adultos al mismo tiempo que a los jóvenes y destinadas a la formación permanente”.

El Nacional, 13 de Octubre de 1972, pag. C-12.





Personas hay que consideran hasta las mas tibias reformas al proceso educativo como descubrimientos de esta década e incluso como productos de las modernas ideologías sociopolíticas.
Es lastimoso confundir así las raíces de un movimiento de tamañas significación y trascendencia.
En verdad fueron los griegos quienes iniciaron la búsqueda de la verdad acendrando su fe en los valores eminentes del intelecto humano; y fue tal vez Sócrates el primero que tomó conciencia de que el proceso dialéctico conduce al hombre a resolver tanto las dificultades de conceptuación como las de acción, que lo estorban cuando intenta resolver las contradicciones y domeñar los fenómenos de la naturaleza.

Para los griegos el sentido de la vida que no tolera acción alguna que no esté dispuesta con un fin constituía un arte, el del piloto que por su experiencia e intuición conducía la barca al puerto.

Consagrado en el mito de Teseo, quien impuso su celebración después del viaje a Creta para destruir el Minotauro, los filósofos griegos homologaban aquel arte al del estratega que conducía las tropas al campo de victoria y al del gobernante que aseguraba el progresivo desenvolvimiento de su pueblo.

Pues bien, tal sentido de la vida que era solamente un arte en las dos últimas décadas se perfila como ciencia a través del trabajo en equipo, de las calculadoras electrónicas y la teoría de la información “enmarcándose todo dentro de un impresionante aparato matemático” (1).

Sócrates enseñaba en las calles y en las plazas y no en los cenáculos de los sabios de su tiempo que eran los sofistas; y por la influencia de éstos sufrió condena a muerte, como que siempre han existido lobos con piel de oveja, sepulcros blanqueados, delincuentes abominables disfrazados de justos, jueces cuya conciencia no embarga la dignidad de la justicia sino la vileza del soborno o la torpeza de la pasión política.
¿Y qué enseñaba Sócrates? Simplemente a pensar. Pretendía que todos y cada uno de sus oyentes iniciaran el discurso íntimo, que se interrogaran a sí mismos y se comunicaran las respuestas; y así llevaba al interlocutor a descubrir por sí mismo la verdad, presente la antorcha de su voz como testigo del alumbramiento.

Para Sócrates no debía ser el maestro el forjador de las ideas del discípulo. Al maestro no correspondía crear las ideas sino comunicar las suyas e invitar al alumno a crearlas por sí mismo.
Las ideas debían brotar de cada quien; y al maestro tocaba facilitar el nacimiento. “Yo practico la misma profesión de mi madre” (que era partera) decía Sócrates, “mi tarea es ser partero de las almas de los hombres, no su creador, éste es trabajo de los dioses”.
Desgraciadamente han pasado los siglos y pocas gentes beben hoy en aquel manantial inagotable (2).

Se crearon las escuelas, surgieron las doctrinas, las universidades, las ciencias y las técnicas. Apareció el letrado que se prenda exclusivamente de las formas; luego el investigador y la investigación hizo la ciencia; se diversificaron los estudios; el hombre, para erigirse dueño de la naturaleza comenzó a sustituir la fuerza muscular por el trabajo de las máquinas y terminó confiándole a las computadoras electrónicas los procesos subalternos de la inteligencia.

La intrepidez humana no se arredra ante las grandes dimensiones, se enfrenta a lo desmesurado y con la misma sencillez e igual audacia a través del microscopio electrónico penetra en lo más íntimo tras los secretos de los átomos. Por fin, escapa del cerco de la tierra y se fuga de aventuras a desafiar la luna y las estrellas en el anchuroso firmamento.
Pues bien, después de veintitrés siglos aquella floración del pensamiento griego había de desembocar en la consagración ecuménica de la Ciencia y en el imperio definitivo de la Técnica.
Sin
embargo, en el plinto de la última quimera, en la génesis del novel descubrimiento, en la chispa genial que permite al hombre seguir conquistando el Universo, continúa irguiéndose la idea puntal engarzada en el acento de los viejos tiempos:
¡Elimina tu ignorancia, piensa con tu propia cabeza, concentra los recursos de tu espíritu, utiliza lo que sabes para generar nuevas ideas; destina la cultura que posees no a atajar el progreso, oprimir a los débiles o sorprender a los incautos, sino a liberar a los hombres, crear más ciencia y depurar nuevas técnicas! Pero fundamentalmente descúbrete a mismo, enriquece tu cerebro, enaltece tu espíritu!

El hombre que no piensa no es un hombre, decía el griego; y agreguemos que una vida sin creatividad no es vida para un ser humano auténtico.

“Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, dijo Dios; y creó Dios al hombre a imagen suya”.

(1) Por eso “se sostiene con razón que la ciencia occidental, y su vástago la ciencia moderna derivan de la unión (en tiempos helenísticos) de la imaginación visual de la ciencia griega clásica con las habilidades de cálculo de los babilonios”.

Los Nervios del Gobierno por Karl W. Deutsch, Editorial Paidos, Buenos Aires, 2a. Edición, 1971
(2 Aquella misma era la práctica habitual en los Colegios aún en la época de Shakespeare, un siglo después de la invención de la imprenta: “Los maestros divulgaban los textos, comentaban sus variantes y discutían las figuras del lenguaje, el ingenio y la honestidad del autor frase por frase, todo lo cual incluía además la etimología de las palabras, la historia de sus diversos significados y sus connotaciones e implicaciones sociales. Cada estudiante, por lo tanto, elaboraba su propia gramática, su propio diccionario, su propio manual de retórica y observaciones generales”.

“Pero sólo los artistas de nuestra época han advertido o comprendido este desafío. Con la llegada de la imprenta, Erasmo y sus colegas humanistas percibieron exactamente lo que debía hacerse en el aula ... y lo hicieron de inmediato. Pero con la llegada de la prensa periódica nada se hizo para adecuar estas nuevas formas de percepción a un plan de estudios obsoleto”.
Contraexplosión por Marshall Mc Luhan, Editorial Paidos, Defensa 599, 3er. piso, Buenos Aires.



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Blog elaborado y/o administrado por este Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales (UCABET, 1979), residenciado en Táriba, Municipio Cárdenas del Estado Táchira, en la República Bolivariana de Venezuela. Profesor UCAT, Individuo de Número de la Academia de Historia del Táchira, Carrera 5 Nº 5-30, Tlfs. 0424 753 4227.. joseernestobecerra@gmail.com, Instagram: @joseernestob, y en twitter @joseernestob. Visite mi índice de Blogs en http://expiralia.blogspot.com/